MERCEDES DE JESÚS MOLINA
FUNDADORA DEL INSTITUTO SANTA MARIANA DE JESÚS
Mercedes nace en el Guayabo, una hacienda del Cantón Baba, hoy Provincia de los Ríos. Sus Padres: Don Miguel Molina y Doña Rosa Ayala.
La gracia y el encanto de Merceditas se lo dio Dios en las sabias enseñanzas de su madre, quien la formó, firme en sus propósitos, leal a sus sentimientos y que la verdad siempre habite en sus labios.
Aprendió todo lo que una mujer de corazón audaz puede saber para la vida, sobre todo para compartir con los demás, huérfana de Padre y Madre a temprana edad se traslada a vivir a Guayaquil, ya era una jovencita muy hermosa que vestía los trajes más finos de la época, pero su corazón jamás se apegó a lo vano y superfluo, tenía sus amigas, asistía a fiestas elegantes, tuvo novio, pero jamás se olvidó que Dios era su más grande amor.
Ella posee dones y virtudes que nacen de su oración diaria; en su habitación, estando un día en oración, se ve trasladada a un hermoso jardín con infinidad de rosas de exquisitos aromas y allí el Señor le dio a comprender que quería servirse de ella para fundar un nuevo Instituto Religioso, y que todas las rosas que ella vio, eran las vidas que se han de salvar. Fue así que un día sintió un impulso poderoso de la Gracia de Dios, y en lo profundo de su corazón supo con certeza que Dios no la quería casada, Él tenía un proyecto trazado y ella estaba dispuesta a dejarlo todo, incluso a desprenderse de sí misma con tal de seguir los designios de Dios.
María de las Mercedes, cambia sus apellidos y pasa a llamarse Mercedes de Jesús, tal como ella misma lo dice en una glosa de su puño y letra, deja su casa, regala sus bienes personales, y libre sin ataduras pasa a vivir a la casa de las recogidas en su natal Guayaquil. Es así como Mercedes por inspiración divina, se vuelve tierna madre, enfermera, misionera, maestra y fundadora, todo por amor a Jesús.
Ella es la gran inspiradora de todo un proyecto de vida que hoy se llama Instituto Santa Mariana de Jesús donde cientos de religiosas esparcidas en los cinco continentes comparten carisma y espiritualidad con una certeza: el Instituto no es obra de los hombres, sino de Dios.